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The Midnight: el corazón del synthwave

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Pocas veces, tal vez nunca, a lo largo de la historia de la música ha sido más difícil detectar las bandas, artistas y escenas más excitantes del momento que en la actualidad. En esta época de dispersión y sobreexposición, sin omitir tampoco de la ecuación la laxitud y complacencia generalizadas, tristemente perceptibles, entre las audiencias masivas y la rutilancia de ciertos estilos cuya simple mención en estas líneas resultaría antiestético, no queda otra que remangarse y sondear en la penumbra y en el underground. El estilo que nos ocupa, el synthwave, si atendemos a nuestro país, es un ejemplo palmario de lo expuesto.

Con mucho mayor relieve y penetración fuera de nuestras fronteras, en España estas sonoridades electrónicas atmosféricas y evocadoras, con guiños permanentes a películas y videojuegos de los 80’s, e impulsadas notablemente por la resonancia de la película Drive y su magnífica banda sonora, permanecen de momento alejadas del primer nivel de popularidad, aunque ciertas propuestas más afiladas y vertiginosas como las de Perturbator y, especialmente, Carpenter Brut sí comienzan a abrirse, muy saludablemente, un hueco en las agendas de festivales como Download o Mad Cool.

Como en todo, resulta aventurado vaticinar el grado de arraigo y de producción de obras verdaderamente capitales que dejará este movimiento, ahora mismo en plena efervescencia, con el paso del tiempo, cuando lo analicemos con perspectiva, pero no resulta especialmente complicado, a día de hoy, identificar qué músicos, en cuestiones de alma, finura y emotividad, contemplan el mundo de neón desde las alturas: Tyler Lyle y Tim McEwan, artífices de los imprescindibles The Midnight.

Tras un muy solvente concierto telonero de los neoyorquinos Savoir Adore, banda adscribible a la versión más pop del género, The Midnight, los protagonistas de la velada, y entre uno de los ambientes de expectación más joviales y entusiastas que se recuerdan últimamente en un concierto de estas características, entró en escena en la madrileña Sala But. Y lo que aconteció, con cierta timidez al principio, de modo inapelable a continuación y hasta el final, fue algo bastante paradójico e inusual: los escollos y limitaciones que tuvo que sortear la actuación fueron precisamente las que pusieron en relieve la superlativa estatura de esta banda dentro del género.

Apuntémoslo ya, conviene no engañarse ni edulcorar la realidad: ni The Midnight son un prodigio de carisma escénico ni su despliegue visual en escena, dentro de un estilo tan susceptible de jugar con el colorido y la estética cinematográfica, es especialmente rompedor. Es más, su sobriedad a este respecto tiene mucho más que ver con cualquier banda prototípica de folk o country-rock que con unos Carpenter Brut con su esquizofrénico aluvión de perturbadores fotogramas ochenteros en megapantallas, por poner un ejemplo. Tampoco el sonido gozó del volumen y la contundencia apetecibles en este tipo de actuaciones.

Así, tras la euforia de los prolegómenos, la recta inicial resultó algo desangelada. No ayudó un primer tramo de espectáculo levemente flácido y errático, con predominio de repaso a su reciente álbum, Kids, un disco sumamente entrañable pero quizá con un puntito menos de inspiración general que sus anteriores entregas, y la dolorosa omisión de Explorers, la mejor del último lote. Afortunadamente, y tras las inevitables y tan efectivas como ligeramente verbeneras Gloria y Days Of Thunder, el concierto comenzó a desplegar sus alas con el bloque centrado en esa oscura exquisitez llamada Nocturnal, no sólo una de las mejores obras dentro del movimiento sino uno de los ep’s más arrebatadores registrados en cualquier estilo en muchísimo tiempo.

El encadenado de Shadows y Crystalline, donde tal vez la banda jamás haya estado tan cerca de ese aire noctámbulo e hipnótico de Drive, el ya mencionado referente cinematográfico del género, fue particularmente excelso. La alquimia entre la aportación más orgánica de McEwan (voz y guitarra) y el ingrediente programado de Lyle, con los sintetizadores, todo ello aderezado con unas deliciosas y extremadamente sugerentes líneas de saxofón, se mostraba entonces en su máximo esplendor, y parecía difícil poder mantener ese nivel. Pero lo lograron cuando acometieron los rescates de su otra obra cumbre, Endless Summer, donde The Comeback Kid, hermosísima y a flor de piel, y la fantasmagórica y reptante Vampires, engarzadas, tal y como aparecen en el álbum, fueron el siguiente hito de la noche, el nuevo lance imborrable, la segunda congelación del tiempo.

Los Angeles, conmovedora y expansiva pieza de su fenomenal ep de debut, Days Of Thunder, también marcó diferencias y resultó absorbente. Así como las adictivas cadencias de America 2 y Sunset, con la que se despidieron, ambas muy coreadas por parte de un público que ya por entonces estaba entregado a la causa y rendido a una evidencia, que por más obvia que parezca nunca está de más recordar: cuando las canciones son buenas, cuando las canciones son especiales, cuando las canciones importan, la pirotecnia y los efectismos pasan a un segundo plano. Las canciones siempre acaban triunfando. Crucemos, en fin, los dedos por que bandas afines y muy recomendables como Timecop 1983, Dance With The Dead o FM 84 sigan la estela de nuestros protagonistas y pisen nuestros escenarios. Mientras, todo aquel que desee tumbar prejuicios sobre el synthwave, que quiera rebatir las acusaciones de que esta escena es mucho estilo y poca sustancia, que no desesperen: pocos argumentos, probablemente ninguno, acudirá a su rescate tan oportuna e incontestablemente como la discografía de The Midnight.

Fotos: César Cózar

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